2 de març 2013


DINOSAURIOS Y BOSQUES EN EL SIGLO XXI
Article d'opinió aparegut a El País, dissabte 2 de març del 2013


            En el País Valenciano aún hay bosques. Sí, aunque muy reducidos y degradados en relación a los que existían antes de que empezara a ser notorio el impacto humano sobre el medio natural. También hay dinosaurios vivientes, aunque esto sorprenda más: se trata de la mayor parte de los políticos y técnicos que se encargan de la gestión de estos bosques. En vías de extinción, pero aún perduran. Resultan obsoletos, anacrónicos y destinados a desaparecer; pero sorprendentemente, cada día, al despertarnos, aún están ahí.

            Las prioridades en la gestión forestal en el siglo XXI son obviamente diferentes a las de los siglos XVIII y XIX, especialmente en nuestro territorio. Ahora la prioridad no es la obtención de madera ni tampoco otras actividades extractivas (por otra parte, la baja productividad maderera de las áreas naturales en las que se ha confinado lo que resta de los bosques valencianos, no puede ofrecer grandes alegrías). Las llamadas funciones ambientales son mucho más valiosas. Se trata de formar y proteger el suelo fértil, de mantener un nivel elevado de biodiversidad, de recargar los acuíferos, de mantener los ciclos atmosféricos y climáticos, etc... Estos servicios gratuitos que ofrecen los ecosistemas naturales multiplican varias veces la suma de todos los valores extractivos de los bosques.

            Sin embargo, nuestros simpáticos dinosaurios forestales no se han enterado. Siguen manteniendo ideas heredadas de siglos anteriores. Consideran que en gran parte de los ecosistemas forestales, el estrato arbustivo, componente esencial de los bosques mediterráneos, es suciedad; simplemente porque no son pinos. Aún practican intervenciones agresivas con maquinaria pesada, desprotegiendo, alterando y removiendo el suelo fértil, ignorando o despreciando el riesgo erosivo de nuestras áreas de montaña, uno de los más graves deterioros ecológicos que pueda darse y que conduce a la desertificación. Aún piensan que “el hombre” debe mejorar, rectificar o conducir a la naturaleza, porque ella sola no sabe valerse. Se trata de concepciones burdamente antropocéntricas que surgieron durante la Ilustración y que recuerdan a aquel “todo para el pueblo, pero sin el pueblo”, ya que el pueblo, ignorante y basto, no está preparado para gobernarse a sí mismo. Tampoco la Naturaleza está preparada ella sola para sobrevivir. Han de ser ingenieros y otros expertos quienes allanen montañas, desvíen cauces de ríos, caven minas, conviertan bosques en carbón y, en definitiva, “mejoren” una naturaleza “inculta”, como se decía. Todo ese bagaje ideológico venía muy bien como coartada intelectual del naciente capitalismo industrial, expansivo e imperial, que concebía la naturaleza como una inagotable fuente de recursos que podían y debían ser apropiados (privadamente) y también como recipiente sin límite donde poder enterrar los residuos generados.

            Hace unas semanas los medios de comunicación se hacían eco de la sorpresa y el escándalo generados por la subasta de montes públicos, a precio de saldo, para que entidades privadas lo puedan expoliar a gran velocidad y sin demasiados miramientos. Ante las dificultades legales encontradas ha surgido un mensaje de apoyo por parte de técnicos forestales, ciertos propietarios y algunos ayuntamientos de interior: estegosaurios, tiranosaurios, triceratops y ovoraptores, reptando penosamente todos en la misma dirección, hacia una vía sin salida.

            Ya sabemos dónde nos ha conducido esa concepción del mundo, como objeto inacabable de explotación, tanto a nivel social y económico como a nivel ecológico. En este siglo XXI amenazado por un creciente cambio climático, con unos niveles de contaminación en aumento, con una preocupante desaparición de ecosistemas naturales y reducción de la biodiversidad, etc.., las prioridades han cambiado. Sin embargo estos cambios aún no llegan a la gestión real de la administración. Los dinosaurios aún siguen ahí. Desconcertados, eso sí, como debieron estar sus congéneres cretácicos tras la caída del meteorito que supuso el inicio del fin de su estirpe. No cambian de dirección; en su desesperada “huida hacia adelante” siguen destrozando el medio ambiente al mover sin control sus pesadas extremidades, cual elefante en cacharrería.

            Las ciudadanos, indignados porque se nos hace pagar los platos rotos a todos (y en mayor proporción a los que menos tienen y menos han contribuido al desastre) nos hemos de mover para desplazar de los puestos de mando a tanto dinosaurio destrozón y corrupto si no queremos que el planeta avance en una senda de tenebroso desastre como el escenario descrito en la magnífica obra de Cormac McCarthy (La carretera). Esperemos que cambien las cosas antes de que sea demasiado tarde; no resulta atractivo parecerse a los personajes de esa dura novela.

Carles Arnal 
Doctor en Biología y miembro de la Comissió Forestal d’Acció Ecologista-Agró.

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