DEBAT POST #IFLlutxent ENTRE CARLES ARNAL I EDUARDO ROJAS BRIALES AL PERIÒDIC eldiariocv.es
Al periòdic digital eldiariocv.es, entre els passats 11 i 22 d'agost, es va produir un intercanvi d'articles d'opinió entre Carles Arnal Ibáñez (Doctor en Biologia i membre d'Acció Ecologista Agró) i Eduardo Rojas Briales (Degà del Col·legi d'Enginyers de Forests de la Comunitat Valenciana), arran del passat incendi forestal de Llutxent.
Els articles d'opinió es reprodueixen a continuació, de forma cronològica:
En diferentes medios de comunicación han aparecido artículos sobre los graves incendios de este verano. Algunos han alcanzado cotas sorprendentes y tremendistas (*) que parecían echar más leña al fuego, acompañando las noticias sobre grandes incendios en la Europa mediterránea y en otras áreas alejadas donde los incendios resultan casi inauditos.
No pretendo relativizar ni quitar un ápice de importancia a la gravedad de los incendios forestales, en nuestras latitudes ni en otras más alejadas, pero si quiero abogar por un análisis más meditado y alejado de las pinturas apocalípticas y a veces morbosas que ahora abundan. Aclaro que, estoy afincado en el País Valenciano y me he dedicado, desde hace más de 40 años, a estudiar y luchar contra los incendios desde la vertiente social, voluntarista y ecologista. Además, también en el campo científico y político, conozco algo del problema; soy doctor en biología, con una tesis sobre adaptaciones climáticas de los bosques mediterráneos, y he sido diputado en las Cortes Valencianas y asesor en los inicios del nuevo gobierno del cambio político valenciano, en la Conselleria de Medi Ambient.
Está claro que estamos ante un problema social y ambiental de primera magnitud con graves secuelas en vidas humanas, costes económicos y, sobre todo, ambientales (que al final también son económicos y sociales). Pero como sabemos bien los ecologistas y quienes nos dedicamos a la educación y divulgación ambiental, incrementar de manera exagerada la magnitud del problema y conferirle un carácter casi inevitable, lleva a respuestas indeseadas en la población, la cual, superada una primera fase de preocupación e indignación, si el problema se le presenta de tal magnitud que apenas tiene soluciones humanamente viables a su alcance, llega a descargar su impotencia en las grandes instituciones para que lo arreglen, bien sea el estado, los científicos, las instituciones internacionales o quien sea, ya asumida su incapacidad para la solución del problema (si no llega a otra fase aún más lamentable de indiferencia y abandono al respecto). Se trata de un efecto perverso, especialmente en este caso, en el que la actitud y las actuaciones de los ciudadanos es fundamental para luchar por su solución,… que no podemos dejar por imposible, ni en un segundo plano. La acción directa e indirecta de los ciudadanos es determinante.
Se invoca el cambio climático (presentado como inevitable) y grandes procesos de transformación socio-económica de las últimas décadas para alertar y asustar con la aparición de unos “nuevos” grandes incendios de dimensiones apocalípticas contra los que apenas se puede luchar por las vías tradicionales y que, en todo caso, tendrán graves consecuencias, poco menos que inexorables. Aparte, el argumento sirve para preparar la aceptación del elevado precio de las medidas que según esta clase de profetas forestales son necesarias (e inevitables) para luchar convenientemente contra la nueva plaga; medidas de impacto brutal no sólo en términos económicos, sino ecológicos.
La caricatura extrema de esta posición es la declaración del ingenioso expresidente norteamericano George W. Bush que llegó a decir que había que talar determinados bosques para evitar que se quemasen. Las propuestas no llegan a este extremo, pero casi.
En muchos casos se proponen actuaciones de eliminación, reducción o “adecuación” de la vegetación (demonizada como combustible, como si ella fuese la culpable). He conocido de cerca alguno de los grandes planes en este sentido, como el que fue elaborando durante años de gobierno del PP valenciano con el asesoramiento de algunos técnicos forestales incombustibles, consistente en eliminar enormes cantidades de vegetación natural, para supuestamente (pero sin resultados positivos demostrables) luchar contra este problema.
Ni tan siquiera sirve de consuelo pensar que un área deforestada o muy degradada en cuanto a su vegetación “ya no se quemará” como algunos chistes sugieren. La vegetación mediterránea lentamente (a veces de forma sorprendentemente rápida, depende del tipo de vegetación y sus condiciones) se recupera tras los incendios, las talas u otras agresiones humanas (algunas de larga trayectoria histórica, como el sobrepastoreo, el carboneo, etc.). Las primeras etapas de esta recuperación siguen siendo inflamables (generalmente mucho más que las etapas anteriores a la “limpieza” o degradación de los bosques, más maduras) y además pueden facilitar la propagación de los incendios a gran velocidad, con lo que una supuesta área cortafuegos puede ser un magnifico punto de origen y un excelente medio de propagación de un fuego forestal, ignorante de las presumibles buenas intenciones de quien diseñó los “cortafuegos” o las áreas “limpias” de vegetación; y sin considerar las ingentes cantidades de dinero público (miles de millones de euros, en el caso de la Comunidad Valenciana) que se requieren para mantener voluntariamente degradado y deforestado gran parte del territorio con estas actuaciones. Por lo tanto, recuperemos la lucidez: la mayor parte de los incendios forestales son evitables con medidas de verdadera prevención, eliminando los fuegos de origen humano. La lucha ecológicamente aceptable contra ellos no puede pasar por dañar los escasos ecosistemas bien conservados, pero amenazados, que aún mantenemos.
Tanta retórica sobre los “nuevos” grandes incendios debería partir del hecho de que no podemos distinguir un gran incendio de uno pequeño más que a posteriori, cuando comprobemos sus efectos una vez ha escapado, o no, a las medidas de prevención y extinción desplegadas. Muchos “grandes incendios” no llegan a manifestarse porque se apagaron o evitaron desde pequeños. Los grandes incendios lo son porque, en gran medida, algo falló.
Si padecemos un gran incendio, han tenido de concurrir todas o parte de estas condiciones:
1. Que una persona haya encendido un fuego en el lugar y el momento en que no debía hacerlo. Casi el 90% de los fuegos forestales en territorio español tiene causas humanas y sólo una pequeña fracción es debida a la única causa natural, que son los rayos (exceptuando los muy localizados incendios por volcanes). El caso de los incendios por rayos merece otras consideraciones, pero existen también una serie de elementos para preverlos y alertar las medidas de detección especiales, aún en el caso de los rayos latentes, como en el incendio de Llutxent, donde falló justamente esta detección rápida y consecuentemente una rápida actuación posterior.
2. Que se tarde en detectarlo más de lo deseable. La detección debería ser siempre inmediata (minutos).
3. Que se tarde en efectuar una primera intervención para atajar el fuego detectado.
4. Que concurran condiciones físicas (climatología, relieve, malos accesos, lejanía a centros habitados…) que dificulten la llegada de medios terrestres, la lucha mediante medios aéreos, y en general, que faciliten la propagación y dificulten la extinción.
5. Que exista una mala o deficiente organización de los medios y las estrategias de extinción en esa zona concreta; fallos en comunicación, coordinación, movilización de los recursos, etc.
Curiosamente los profetas de los “grandes incendios”, minimizan la importancia del punto 1, que resulta crucial. Si evitásemos aunque sólo fuese la mitad de los fuegos originados por humanos (que son en sentido estricto evitables, ya que la mayoría son negligencias y accidentes) tendríamos un panorama mucho más abordable, aún en concurrencia de los demás factores negativos. Y esto es posible, y mucho más fácil que las costosas medidas (económica y ecológicamente) para eliminar la vegetación “preventivamente” o para luchar contra un gran fuego ya establecido: conciliación de usos, vigilancia, disuasión, ordenación del territorio, educación ambiental, información, regulación legal, etc., medidas multifuncionales beneficiosas para evitar fuegos y para evitar otros daños al territorio.
Los puntos 2 y 3 pueden mejorarse si se perfeccionan dispositivos técnicos y ordenanzas, se amplían efectivos humanos y también determinados medios materiales allá donde puedan usarse, incluso en los incendios debidos a rayos latentes.
Los puntos 4 y 5 también pueden abordarse con inversiones, equipos humanos y medios materiales adecuados, protocolos de actuación y planes previamente articulados y testados, etc.
Por lo tanto, antes de certificar un “nuevo” tipo de incendios y declararlos inabordables, inevitables, etc., deberíamos esforzarnos a fondo en evitar los 5 condicionantes mostrados, cosa que es posible a costes asumibles, como en parte ha ocurrido en zonas mediterráneas donde llevan mucho tiempo con incendios, a no ser que los recursos económicos y humanos (siempre limitados) se empleen equivocadamente en impedir que crezca el “combustible” (o sea, los mismos bosques y ecosistemas que queremos proteger, ahora demonizados como problema). Desde la perspectiva tremendista no se entiende cómo pudieron existir y persistir los bosques sin la inestimable ayuda humana, que parece necesaria para mantenerlos, cuando la historia nos muestra lo muy eficaces que han sido las diferentes culturas humanas en eliminar ecosistemas naturales y hacer avanzar el desierto en todo el planeta (desde Mesopotamia y Egipto faraónico, hasta la actualidad). Desde luego la vegetación no nos necesita, nosotros a ella sí. Y si dejáramos de luchar denodadamente para eliminarla comprobaríamos que ella solita hace mucho más para recuperarse de lo que creemos; basta que no interferamos demasiado.
En las regiones y países fríos y húmedos donde ahora acontecen incendios sorprendentes y enormes, deberíamos repasar qué falla en relación a los 5 puntos expuestos. Sin demasiado esfuerzo pueden empezar a encontrarse explicaciones plausibles sin recurrir a la “ciencia confusa”. Son lugares donde antes no existía este problema, con lo cual no existían mecanismos preventivos y cautelares en relación a uso del fuego por los humanos. No poseían planes ni estrategias de prevención, elaboradas durante décadas de ensayo-error; no tienen medios adecuados de detección inmediata y de primera actuación rápida y, muchas veces, tampoco disponen de equipos, humanos, aviones, motobombas, etc., especialmente desplegados y adaptados para actuar sobre los bosques, ni planes previos bien establecidos y testados para enfrentarse a un gran incendio. Tal vez no sea toda la explicación, pero seguro que es parte de ella. Además está el cambio climático, que también hemos provocado nosotros, los humanos y contra el cual podemos hacer mucho. Calificar todo esto de inevitable, resulta cobarde y mentiroso y conduce a la inhibición y la inacción. Sobre todo, esa visión tremendista no evitará los incendios, que son evitables en gran medida.
(*) Por ejemplo, en Incendios como bombas atómicas, aparecido en un diario de amplia difusión nacional.
Los recientes incendios forestales acaecidos en España después de un periodo inusualmente tranquilo han provocado como en anteriores ocasiones muchas y muy dispares aportaciones al debate social, en general y por fin, bastante constructivas. Por ello nos ha sorprendido las que en este diario publicó el pasado 11 de agosto el señor Carles Arnal acusando a los forestales de ser innecesariamente alarmistas. Se refería entre otros, y sin citarlo expresamente, a Marc Castellnou, un renombrado experto en incendios forestales, Ingeniero de Montes por la Universitat de Lleida. Castellnou, pese a su relativa juventud, ha sabido primero consolidar los Grupos de Apoyo de Actuaciones Forestales (GRAFs), de los bomberos de la Generalitat de Cataluña, como referencia de la lucha contra los incendios forestales en Cataluña y, posteriormente, tejer relaciones por el resto de España y de Europa, así como a escala global. Ha sido reconocido por multitud de organismos dentro y fuera de España e invitado como experto para analizar incendios especialmente traumáticos como los de Chile o Portugal el año pasado. Además, ha impulsado la Fundació Pau Costa en honor a los 5 compañeros que fallecieron en 2009 en el incendio de Horta de Sant Joan y desde la que se lleva a cabo un trabajo de investigación en la primera línea del conocimiento, formación y comunicación altamente innovadora y reconocida.
Cierto es que su estilo puede sonar a veces provocador, guiado por el objetivo de concienciar al oyente sobre la magnitud del problema, sobre todo si seguimos cometiendo el error tan magistralmente descrito por Einstein de pretender resolver un problema emergente con respuestas del pasado. Uno de los innumerables méritos del equipo liderado por Marc Castellnou ha sido precisamente romper con la inercia de reclamar desde la extinción más y más medios para reorientar el foco al estado del paciente (el monte). Y he aquí lo innovador y generoso del enfoque – lo normal es reclamar más medios para las propias competencias - al coincidir con las líneas de pensamiento más innovadoras en otros ámbitos públicos.
Precisamente el principal mensaje de la Cumbre de Rio+20 fue el hecho que la Humanidad había sido capaz de resolver prácticamente todos los retos sectoriales, mientras que los retos aún no resueltos eran fundamentalmente de naturaleza transversal. Ello obligaba a abordar de forma integrada los tres pilares de la sostenibilidad (ecológico, social y económico). Curiosamente el señor Arnal aboga por el caduco enfoque de abordar los incendios meramente priorizando la extinción y la reducción de su número, es decir la actuación represora marginando la salud del paciente. Llevado a la sanidad, es como si nos centrásemos meramente en invertir más y más en urgencias en vez de abordar la mejora de la salud, que es hoy la prioridad de todo sistema sanitario que se precie.
En línea con el enfoque represivo que defiende, el señor Arnal reduce a la anécdota los incendios por rayo, una causa natural que en la Comunitat Valenciana ha supuesto en los últimos años entre el 15 y el 39% de los fuegos y se producen en zonas remotas poco accesibles y días después de la tormenta.
Defiende Carles Arnal que el bosque no necesita al ser humano dado que se ha venido regulando sin intervención humana desde hace milenios. El Sr. Arnal, que ya en el pasado ha defendido tesis superadas por el avance científico, como bastardización del género Pinus en el Este de la Península Ibérica, parece desconocer la profunda transformación que el ser humano prehistórico hizo de la vegetación desde que fue capaz de domesticar el fuego de forma generalizada hace ahora 125.000 años. Si a eso unimos las sucesivas glaciaciones, la última de las cuales culminó hace 12.000, años hablar de vegetación primigenia no deja de ser una entelequia.
La investigación solvente realizada en Norteamérica o Australia confirma la profunda transformación del paisaje que consiguieron sus habitantes aborígenes antes de la llegada de los occidentales. Mucho más hay que esperar en el Mediterráneo, donde además la agricultura y ganadería se extendieron durante los pasados 10.000 años.
En línea con la incapacidad de integrar lo social y lo ambiental, el señor Arnal parece no acabar de entender que nuestros ecosistemas han coevolucionado con las actividades antrópicas durante muchos milenios y bajo climas bien diferentes. Esto es un hecho objetivo indiscutible y resulta por ello ocioso opinar sobre su esencia positiva o negativa, pues solo sobre sobre la realidad podemos construir el futuro. En este momento en el mundo científico existe una fuerte oposición al maniqueísmo que ha pretendido separar lo que está unido desde hace milenios: la naturaleza, el ser humano y su cultura.
La descripción que hace el señor Arnal es tremendamente estática, como si no hubiésemos asistido en los últimos decenios a un aumento impresionante de extensión y densidad de nuestras masas forestales. Según el Inventario Forestal de España, desde 1970 la superficie arbolada ha crecido un 50% y el stock de biomasa en un 100%. A ello se une el cambio climático, que nos depara crecientes ventanas de riesgo, junto con fenómenos extremos como vendavales y nevadas que acumulan vegetación muerta de forma creciente en el monte. Obviar estos hechos parece tremendamente irresponsable, al situar a los efectivos de extinción en situación de riesgo, puesto que en muchos incendios se supera ampliamente la capacidad de extinción, que está físicamente limitada.
El señor Arnal simplifica, además, la propuesta de regular la acumulación de combustible en los montes, llevándola al ridículo. De lo que realmente se trata es de generar, por un lado, interrupciones en la vegetación que permitan a los medios de extinción actuar con mejores condiciones de seguridad y, por otro lado, reducir la carga de combustibles finos dentro de las masas forestales, que es al final lo que arde, acelerando la maduración hacia estructuras menos combustibles. Son medidas que redundarían además en la mejora de la biodiversidad, la calidad de paisaje, el rendimiento hídrico o la creación de empleo rural en nuestros montes. Paradójicamente, la preservación de la biodiversidad es el argumento que viene aduciendo el señor Arnal para impedir en cualquier supuesto posible la gestión forestal y con ello tácitamente el aumento de la carga de combustible.
Cuando hablamos de incendios estamos tratando de cuestiones clave, y existen límites a la osadía, la frivolidad o la obcecación, porque las decisiones que finalmente se tomen, tácita o expresamente, tendrán graves consecuencias, incluida la vida de las personas, ya sean los directamente afectados o los efectivos de extinción. En todo país que se precie las responsabilidades profesionales más críticas están limitadas a quienes dispongan de la correspondiente formación y experiencia profesional, lo que en España viene correspondiendo en este ámbito a los Ingenieros de la rama forestal (de Montes/Master o Técnicos Forestales/Grado) en similitud con lo que ocurre en otros países. Esa es una diferencia clave entre las ciencias básicas que describen y sientan las bases y las ciencias aplicadas que son las responsables de ejecutar y, por tanto, de tomar decisiones.
En definitiva, ante el grave reto que tenemos planteado existen dos alternativas, seguir apagando los fuegos, que no es otra cosa que limitarse a gestionar la emergencia y que siempre nos acabará atrapando, o gestionar la vegetación para que sea mucho menos proclive a favorecer grandes incendios.
Como indicaba al principio, afortunadamente nuestra sociedad ha ido evolucionando y cada vez es menos habitual este tipo de indolencia intelectual que solo contribuye a aumentar la confusión ante un problema grave que hay que abordar con rigor y no cargados de prejuicios fundados en teorías superadas por el progreso científico.
Es muy loable el grado de consenso que existe en esta materia desde hace años entre las Administraciones, la investigación aplicada y las organizaciones ambientalistas más consolidadas, como Green Peace y WWF. La incapacidad del señor Arnal de evolucionar sitúan sus tesis, por mucho que las decore de liturgia progresista, en las posiciones más retrógradas de nuestra sociedad, especialmente por desconsiderar los aspectos sociales, como son la seguridad del personal de extinción o la dignidad de los habitantes del medio rural.
Permítanme simplemente, al hilo de lo anterior, reproducir en su versión original en valenciano una cita suya que no tiene desperdicio y extraigan sus propias conclusiones. “Els habitants de les àrees rurals constitueixen una població envellida, de baix nivell cultural, I amb una menor sensibilització del que poden ser les modes urbanes de valoració de la natura.... conserven, en general, una visió antiga i desfassada del mon rural, la qual concebeix com a ilimitada la capacitat de la natura d’absorbir impactes, i a mes, aixo no importa Molt.... desconfien de noves activitats vinculades a la conservació de la natura o al turisme rural.”
Cierto es que su estilo puede sonar a veces provocador, guiado por el objetivo de concienciar al oyente sobre la magnitud del problema, sobre todo si seguimos cometiendo el error tan magistralmente descrito por Einstein de pretender resolver un problema emergente con respuestas del pasado. Uno de los innumerables méritos del equipo liderado por Marc Castellnou ha sido precisamente romper con la inercia de reclamar desde la extinción más y más medios para reorientar el foco al estado del paciente (el monte). Y he aquí lo innovador y generoso del enfoque – lo normal es reclamar más medios para las propias competencias - al coincidir con las líneas de pensamiento más innovadoras en otros ámbitos públicos.
Precisamente el principal mensaje de la Cumbre de Rio+20 fue el hecho que la Humanidad había sido capaz de resolver prácticamente todos los retos sectoriales, mientras que los retos aún no resueltos eran fundamentalmente de naturaleza transversal. Ello obligaba a abordar de forma integrada los tres pilares de la sostenibilidad (ecológico, social y económico). Curiosamente el señor Arnal aboga por el caduco enfoque de abordar los incendios meramente priorizando la extinción y la reducción de su número, es decir la actuación represora marginando la salud del paciente. Llevado a la sanidad, es como si nos centrásemos meramente en invertir más y más en urgencias en vez de abordar la mejora de la salud, que es hoy la prioridad de todo sistema sanitario que se precie.
En línea con el enfoque represivo que defiende, el señor Arnal reduce a la anécdota los incendios por rayo, una causa natural que en la Comunitat Valenciana ha supuesto en los últimos años entre el 15 y el 39% de los fuegos y se producen en zonas remotas poco accesibles y días después de la tormenta.
Defiende Carles Arnal que el bosque no necesita al ser humano dado que se ha venido regulando sin intervención humana desde hace milenios. El Sr. Arnal, que ya en el pasado ha defendido tesis superadas por el avance científico, como bastardización del género Pinus en el Este de la Península Ibérica, parece desconocer la profunda transformación que el ser humano prehistórico hizo de la vegetación desde que fue capaz de domesticar el fuego de forma generalizada hace ahora 125.000 años. Si a eso unimos las sucesivas glaciaciones, la última de las cuales culminó hace 12.000, años hablar de vegetación primigenia no deja de ser una entelequia.
La investigación solvente realizada en Norteamérica o Australia confirma la profunda transformación del paisaje que consiguieron sus habitantes aborígenes antes de la llegada de los occidentales. Mucho más hay que esperar en el Mediterráneo, donde además la agricultura y ganadería se extendieron durante los pasados 10.000 años.
En línea con la incapacidad de integrar lo social y lo ambiental, el señor Arnal parece no acabar de entender que nuestros ecosistemas han coevolucionado con las actividades antrópicas durante muchos milenios y bajo climas bien diferentes. Esto es un hecho objetivo indiscutible y resulta por ello ocioso opinar sobre su esencia positiva o negativa, pues solo sobre sobre la realidad podemos construir el futuro. En este momento en el mundo científico existe una fuerte oposición al maniqueísmo que ha pretendido separar lo que está unido desde hace milenios: la naturaleza, el ser humano y su cultura.
La descripción que hace el señor Arnal es tremendamente estática, como si no hubiésemos asistido en los últimos decenios a un aumento impresionante de extensión y densidad de nuestras masas forestales. Según el Inventario Forestal de España, desde 1970 la superficie arbolada ha crecido un 50% y el stock de biomasa en un 100%. A ello se une el cambio climático, que nos depara crecientes ventanas de riesgo, junto con fenómenos extremos como vendavales y nevadas que acumulan vegetación muerta de forma creciente en el monte. Obviar estos hechos parece tremendamente irresponsable, al situar a los efectivos de extinción en situación de riesgo, puesto que en muchos incendios se supera ampliamente la capacidad de extinción, que está físicamente limitada.
El señor Arnal simplifica, además, la propuesta de regular la acumulación de combustible en los montes, llevándola al ridículo. De lo que realmente se trata es de generar, por un lado, interrupciones en la vegetación que permitan a los medios de extinción actuar con mejores condiciones de seguridad y, por otro lado, reducir la carga de combustibles finos dentro de las masas forestales, que es al final lo que arde, acelerando la maduración hacia estructuras menos combustibles. Son medidas que redundarían además en la mejora de la biodiversidad, la calidad de paisaje, el rendimiento hídrico o la creación de empleo rural en nuestros montes. Paradójicamente, la preservación de la biodiversidad es el argumento que viene aduciendo el señor Arnal para impedir en cualquier supuesto posible la gestión forestal y con ello tácitamente el aumento de la carga de combustible.
Cuando hablamos de incendios estamos tratando de cuestiones clave, y existen límites a la osadía, la frivolidad o la obcecación, porque las decisiones que finalmente se tomen, tácita o expresamente, tendrán graves consecuencias, incluida la vida de las personas, ya sean los directamente afectados o los efectivos de extinción. En todo país que se precie las responsabilidades profesionales más críticas están limitadas a quienes dispongan de la correspondiente formación y experiencia profesional, lo que en España viene correspondiendo en este ámbito a los Ingenieros de la rama forestal (de Montes/Master o Técnicos Forestales/Grado) en similitud con lo que ocurre en otros países. Esa es una diferencia clave entre las ciencias básicas que describen y sientan las bases y las ciencias aplicadas que son las responsables de ejecutar y, por tanto, de tomar decisiones.
En definitiva, ante el grave reto que tenemos planteado existen dos alternativas, seguir apagando los fuegos, que no es otra cosa que limitarse a gestionar la emergencia y que siempre nos acabará atrapando, o gestionar la vegetación para que sea mucho menos proclive a favorecer grandes incendios.
Como indicaba al principio, afortunadamente nuestra sociedad ha ido evolucionando y cada vez es menos habitual este tipo de indolencia intelectual que solo contribuye a aumentar la confusión ante un problema grave que hay que abordar con rigor y no cargados de prejuicios fundados en teorías superadas por el progreso científico.
Es muy loable el grado de consenso que existe en esta materia desde hace años entre las Administraciones, la investigación aplicada y las organizaciones ambientalistas más consolidadas, como Green Peace y WWF. La incapacidad del señor Arnal de evolucionar sitúan sus tesis, por mucho que las decore de liturgia progresista, en las posiciones más retrógradas de nuestra sociedad, especialmente por desconsiderar los aspectos sociales, como son la seguridad del personal de extinción o la dignidad de los habitantes del medio rural.
Permítanme simplemente, al hilo de lo anterior, reproducir en su versión original en valenciano una cita suya que no tiene desperdicio y extraigan sus propias conclusiones. “Els habitants de les àrees rurals constitueixen una població envellida, de baix nivell cultural, I amb una menor sensibilització del que poden ser les modes urbanes de valoració de la natura.... conserven, en general, una visió antiga i desfassada del mon rural, la qual concebeix com a ilimitada la capacitat de la natura d’absorbir impactes, i a mes, aixo no importa Molt.... desconfien de noves activitats vinculades a la conservació de la natura o al turisme rural.”
El pasado dia 20 este diario publicó un interesante artículo ( Cuando los alarmistas son los otros) del Sr. Eduardo Rojas, Decano del valenciano colegio de Ingenieros de Montes, que parece querer argumentar contra un artículo mío, publicado anteriormente, titulado Alarmistas incendiarios.
Los argumentos conviene rebatirlos (o no) con otros argumentos, pero, a ser posible, con argumentos referidos a los temas que han originado el debate y no referidos A LA PERSONA que los presentó. A la técnica de intentar desmontar los argumentos de alguien con consideraciones sobre quien los hizo, en vez de entrar a fondo en los temas a rebatir, se denomina justamente así: “ad hominem” y está caracterizada como una modalidad de las falacias más habituales.
No obstante, agradezco al Sr. Decano del Colegio de Montes el halago que me hace, dedicándome tanta atención. Lamento no poder ahora entrar a defenderme de sus múltiples insinuaciones, ya que sería muy extenso y además nos desviaríamos del objetivo, que es hablar del tema central que nos ocupa: ¿se hace o no se hace alarmismo con los incendios? y ¿qué medidas son las que debemos fundamentalmente emplear para combatirlos y, sobre todo, evitarlos? Remito a los lectores a revisar el artículo que publiqué en eldiariocv.es el 11 de agosto presente.
Me ratifico en decir que algunas personas hacen tremendismo con los incendios y esto no ayuda mucho a luchar contra el fuego ni a implicar a la población en el objetivo. El título del artículo qué soló mencioné en una nota al final, a modo de ejemplo, me parece claro exponente de tremendismo: “Incendios como bombas atómicas”.
No mencioné nombres, porque para mí esto es anecdótico y secundario, me da igual que fuese Einstein o Pepito. Por cierto dejemos a Einstein descansar en paz, debe estar harto de que todo quisqui lo saque a relucir para reforzar sus posiciones, por equivocadas o peregrinas que sean. De hecho es improcedente que se use el principio de autoridad, invocando a un prestigioso científico -que además no habló del tema-, como argumento para reforzar nuestra posición (se trata de nuevo de otra falacia, la denominada ad verecundiam). En ciencia, como bien sabemos, el principio de autoridad sirve de poco. Se trata de desmontar argumentos mediante otros mejores, simplemente. No hay dogmas ni profetas.
En la respuesta del sr. Decano no encuentro argumentos para defender que estemos ante una nueva clase de incendios virtualmente inextinguibles, ni tampoco cómo se definen o caracterizan éstos de manera científica y clara. Tampoco veo claramente expresadas las consecuencias que de ello se derivarían en la acción administrativa de prevención y lucha contra los fuegos. ¿Significa que no tenemos que esforzarnos al máximo en la prevención? ¿Significa que no debemos de incrementar y mejorar dentro de lo razonable nuestras estrategias para detectar y luchar, de la manera más temprana y coordinada posible, contra los fuegos detectados? ¿Nos sobran medios? ¿Debemos dejar que se quemen extensiones forestales porque “total, es inevitable”?
Todo gran incendio (lo caractericemos como queramos) ha sido, por lo menos durante un periodo de tiempo, un pequeño incendio que no pudo ser evitado ni controlado en su momento; y pienso que lo que hemos de hacer no es dar esto por inevitable, sino justamente lo contrario: descubrir los errores que se han producido y actuar sobre ellos para que no se repitan.
Tampoco encuentro argumentos para no seguir centrándonos sobre todo en la prevención de incendios, es decir, evitarlos en su origen, que no lleguen a producirse, o por lo menos que no pasen de la fase de foco incipiente. Sigo pensando que no podemos renunciar a este objetivo fundamental, pese a que reconozco que difícilmente los eliminaremos del todo, pero no es lo mismo tener que combatir 800 incendios anuales que 400 o 200. Y esto continua siendo un objetivo legítimo, viable y mucho más económico que otras estrategias clásicas, por no decir anticuadas, pues se basa sobre todo en la conciliación de usos, la regulación del territorio y de las actividades, una normativa clara y eficiente, la vigilancia y la disuasión. Esto implica más efectivos humanos, poca maquinaria pesada, nulos impactos negativos y puede ser útil para evitar otros daños como el urbanismo ilegal, los vertidos incontrolados, el abandono de basuras, el furtivismo, y otros daños al medio ambiente y al patrimonio común de los valencianos, a coste mucho más bajo que los grandes medios usados en extinción.
No menosprecio los incendios naturales provocados por rayos, pero siguen siendo una minoría (el propio Sr. Decano expone las cifras relativas, que son bien elocuentes) aunque su porcentaje aumentará si se consigue tener éxito en evitar los de origen humano. Los naturales no se pueden evitar pero sí que hay técnicas para prever cuando es elevado el riesgo y para poder detectarlos de manera muy temprana y actuar rápidamente sobre ellos en fase inicial. Por cierto que no se usaron en el caso reciente del incendio de Llutxent, aunque sí a posteriori para detectar focos resistentes. Creo que ya se trabaja en mejorar este aspecto y me parece lo correcto. Rectificar es de sabios.
Prevenir es eso: evitar las causas, ir a la raíz, al origen del problema; así que no sé qué tiene esto de malo. Lo que no creo admisible es que otros entiendan que la única prevención sea la de eliminar vegetación natural. Sobre todo eliminarla con maquinaria pesada, a gran escala y por todo el territorio. Tienen sentido actuaciones locales y puntuales y bien diseñadas, a la menor escala posible, siempre considerando el valor del ecosistema afectado y disminuyendo los daños sobre la vegetación y sobre todo sobre el suelo fértil (ya que el riesgo erosivo es muy elevado en nuestro territorio). Pero prevenir es evitar, no eliminar lo que deseamos salvar. Tal vez se disminuiría el riesgo de incendio o de robo en los museos vaciándolos de cuadros para que no se quemaran ni los robaran, pero entonces ya no tendríamos un museo, tendríamos otra cosa de muy inferior valor.
El Sr. Decano parece interesado en mostrarme como ignorante y anticuado. Sólo diré que soy doctor en biología, con una tesis sobre adaptaciones al clima del bosque y matorral mediterráneo, y que llevo casi 40 años dedicándome a conocer la problemática forestal valenciana, recorriendo palmo a palmo nuestro territorio y hablando y debatiendo con todos los colectivos implicados. Redacté, para la Plataforma Salvem el Bosc un ante-proyecto de Ley Forestal que fue presentado a las Cortes Valencianas en 1992 y votado por unanimidad a favor. Posteriormente fui diputado en nuestro Parlament y tuve ocasión de conocer a fondo la legislación y la administración en materia ambiental. También estuve un tiempo como asesor en la Conselleria dedicada al Medio Ambiente enterándome aún de más cosas. En fin, nunca se sabe lo suficiente, pero ignorante del todo tampoco soy.
Con respecto a anticuado ya no sé qué decir. Es un concepto bastante subjetivo y depende mucho de quién lo haga servir. Recientemente oigo decir al PP que se considera moderno y acusa a los demás de anticuados. Si la Sra. Bonig y Cospedal, si el Sr. Rajoy y Casado, (por no decir los avanzados señores Blasco, Zaplana, Rus, Fabra, Alperi, Camps, y tantos prohombres) son los modernos, yo desde luego, no lo soy.
Casi al final de su artículo, el Sr. Decano tiene una muestra de poco fair playreproduciendo unas frases mías que no figuran en el artículo que intenta rebatir y que están extraídas de otro texto, no recuerdo ahora cual, pero fuera de contexto, sin el que pierden un poco de sentido. Parece desear con esto enfrentarme con el mundo rural. En todo caso, si en esas frases se dice que la población rural valenciana está envejecida, que tiene bajo nivel de estudios y que tiene un fuerte componente conservador, no es descubrimiento mío. Me limito a recoger lo que muestran toda clase de estudios y encuestas. No es mi opinión ni mi deseo, sino hechos reconocidos de manera general, que es inútil ocultar y que no implican ningún juicio de valor. Por otra parte, provengo de una familia de llauradors, mi padre, tíos, abuelos… todos fueron labradores y también yo de joven trabajé en todas las tareas que esto implica. He recorrido el mundo rural valenciano muy a fondo y fui impulsor y más tarde secretario general de la Plataforma Rural del País Valencià (después me incorporé al Foro Ruralia), junto con la Unió de Llauradors, el Centre Excursionista de València, el Mas de Noguera y otros colectivos, sindicatos y cooperativas. Tengo un gran interés y compromiso personal en lograr un desarrollo rural realista, viable y sostenible para el País Valenciano.
Finalmente sobre el Sr. Eduardo Rojas como persona tengo poco que decir, ya que el tema que debatimos NO es personal. Simplemente diré que le considero una persona culta, inteligente, con un gran bagaje de conocimientos sobre temática forestal; prestigioso y reconocido a nivel internacional y con el cual discrepo en algunos temas… y en otros no, como los pimientos de Padrón.
Estoy seguro que, de quererlo, podríamos llegar a muchos puntos de encuentro, por encima de discrepancias. Por ejemplo en el importante tema delsistema de pagos por servicios ambientales dirigido a propietarios forestales y habitantes del mundo rural, a partir de pequeñas tasas aplicadas a consumos contaminantes o ineficientes, en la línea de la propuesta del investigador Ricardo Almenar, y que sería fundamental para mejorar la calidad de vida de los habitantes del mundo rural y para conservar nuestros bosques sin destruirlos. También estoy de acuerdo en que se requiere una gestión forestal inteligente, aunque seguramente discutiríamos el significado de “gestión” y de “inteligente”; pero lo importante es seguir hablando y debatir argumentos,… evitando los posicionamientos “ad hominem”.